Actualmente, gran parte de la producción de alimentos a nivel mundial tiene su origen en lo que se llamó la Revolución Verde, la cual se produjo al finalizar la segunda guerra mundial con la promesa de aumentar la producción agrícola y erradicar el hambre y la desnutrición en el mundo. Esta forma de producción se basa en la utilización de variedades mejoradas de semillas, en especial maíz y trigo, y en el cultivo de una sola especie en grandes extensiones de terreno durante todo el año, técnica llamada monocultivo. Asimismo, se caracteriza por la aplicación de grandes cantidades de agua, fertilizantes, plaguicidas y herbicidas de origen sintético y en el caso de la ganadería la utilización de hormonas y antibióticos. No obstante, la esperanza de acabar con el hambre y la desnutrición sigue siendo un sueño incumplido tras décadas de dominio de esta forma de producción a nivel mundial. Además, estas técnicas de producción han tenido efectos indeseados sobre el medio ambiente y los seres vivos: la aplicación de fertilizantes contribuye a la contaminación del agua y los suelos y es un factor importante si hablamos del calentamiento global. Asimismo, algunos de los productos utilizados para el control de las plagas matan también a otras especies inocuas para los cultivos y acaban penetrando en las frutas y verduras, convirtiéndose en una amenaza para la salud de todos nosotros. La utilización masiva de fertilizantes tiene como consecuencia, paradójicamente, el gradual empobreci- La alimentación orgánica 5 miento de los suelos, los cuales no tienen posibilidad de regenerarse. Se ha observado en los últimos cincuenta años una reducción en la cantidad de calcio, hierro y cobre en vegetales y frutas. Algunos estudios muestran que las carnes perdieron 41 % de calcio y 54 % de hierro, mientras que manzanas y naranjas cultivadas de manera convencional tienen 67 % menos hierro que hace medio siglo. Nuestros alimentos ya no nutren como antes y están contaminados. Una manera de hacer frente a esta crisis alimentaria y ambiental es mediante los métodos de producción orgánica. La agricultura orgánica es un sistema de cultivo que se basa en la utilización óptima de los recursos naturales, sin utilizar productos sintéticos como fertilizantes, plaguicidas u hormonas y no utiliza aditivos artificiales, como colorantes, saborizantes y conservadores. De esta manera se logra una dieta saludable y libre de sustancias nocivas, a la vez que se conserva la fertilidad de la tierra y se respeta el medio ambiente, de manera sostenible y equilibrada. Uno de los principales objetivos de la agricultura orgánica es incrementar la salud de los agrosistemas por medio del equilibrio con el entorno natural, permitiendo así conservar y en algunos casos aumentar la biodiversidad. Este propósito se une a la filosofía de gran parte del movimiento orgánico de mejorar las condiciones de vida de los productores organicistas, lográndose así una sustentabilidad a nivel ecológico, social y económico. La agricultura orgánica se basa en métodos preventivos. Al contrario de la agricultura convencional, que busca nutrir a la planta, en la agricultura orgánica se pretende mejorar la fertilidad del suelo a través de la aplicación de abonos naturales como podrían ser la composta o los abonos verdes, favoreciendo el desarrollo de microorganismos. Un suelo más fértil permite a la planta absorber todos los minerales necesarios para su crecimiento, volviéndose por tanto más resistente y nutritiva. Otro de los pilares de la agricultura orgánica es el policultivo y la asociación de cultivos, que consiste en cultivar en el mismo terreno especies diferentes. Al diversificar las especies plantadas se dificulta la aparición de plagas y se pueden lograr sinergias entre las plantas que favorecen su crecimiento, en la captación de nutrientes, el control de plagas o la polinización. Esta es una técnica que se ha utilizado durante milenios a lo largo del mundo, siendo la milpa un claro ejemplo de ello: el maíz le provee al frijol la estructura que necesita para trepar, mientras que éste 6 fija en el suelo nitrógeno que beneficia al maíz. Al mismo tiempo, la calabaza, con sus grandes hojas y su crecimiento extendido, evita que se propaguen otras plantas y provee de un arrope que protege al suelo del calor y lluvias extremas. Una de las características del sistema de producción agrícola dominante es la selección de cultivos según criterios comerciales, por lo que se favorecen y desarrollan variedades uniformes en tamaño y con larga vida en anaquel, con un mejor rendimiento económico. Esto ha contribuido a la desaparición de gran cantidad de variedades. En el siglo XIX existían 7100 variedades de manzana en Estados Unidos, hoy sólo hay 300. Igualmente, China contaba a mediados del siglo pasado con 8000 tipos de arroz y en sólo dos décadas se perdieron todos menos 50. Esta reducción drástica de variedades implica no sólo un empobrecimiento del material genético y de la biodiversidad, sino también una mayor vulnerabilidad frente a posibles plagas o eventos climáticos extremos en el futuro. La agricultura orgánica, al trabajar con especies adaptadas a las características específicas de cada región, ha ayudado también a conservar y rescatar variedades de cultivo locales sin un potencial comercial a nivel global. No se trata sólo de conservar sabores, sino de mecanismos de defensa generados tras miles de años de selección natural y tomar en cuenta que nuestros alimentos son una creación cultural lograda tras milenios de cooperación entre el hombre y la naturaleza. La agricultura orgánica no es sólo un conjunto de técnicas, sino que se basa en una serie de principios, que pueden ser resumidos en componentes ecológicos, sociales y de equidad. Parte de la base de que nuestro planeta es un conjunto de sistemas complejos, interdependientes y en continua evolución. Todas las especies, procesos y elementos tienen un valor en sí mismos, más allá del que le puede otorgar el ser humano. Toma en cuenta los derechos de la gente, de los pueblos y comunidades a decidir sobre su vida, haciendo patente la relación entre libertad y responsabilidad: debemos llegar a un equilibrio entre las necesidades individuales y las comunes. Sólo de esta manera podemos compartir con equidad, respetando la diversidad de cada persona, cultura y entorno y plantar la semilla para un mundo más solidario, justo y responsable.
Alimentación, El Buscador y sus caminos
Me pareció muy interesante y positivo, además de esperanzador. Nos muestra un camino a seguir para no perder especies vegetales ni de granos que son importantísimos para la buena alimentación del ser humano.