El pensamiento medieval está firmemente sustentado en convicciones religiosas, no entendidas a la manera de “creencias” sino, por el contrario, como certezas manifiestas en todo cuanto existe y en todas las realidades que conforman la vida humana, reflejo ésta del orden celestial dispuesto por el Creador. La caballería andante, quizá en mayor medida que cualquier otro elemento de la organización jerárquica del medioevo, permite apreciar esa íntima correspondencia entre los valores humanos y las realidades trascendentes. Así, no es extraño que San Miguel Arcángel fuese venerado como el precursor de la caballería pues, según la Sagrada Escritura, el Todopoderoso le asignó el mando de las milicias celestes y por ello el ideal caballeresco se origina en el ejército de los ángeles. La concepción caballeresca responde a un sentido heroico de la existencia tanto como a un gusto por la aventura en sí misma, pero tales aspiraciones sólo resultan aceptables cuando se supeditan al carácter de trascendencia espiritual que les confiere un orden sagrado. La imagen del caballero surge por analogía con el combatiente paulino, es decir, el hombre que lucha contra el mundo y, sobre todo, contra sus propias debilidades y miserias para acceder a un estado superior y abrazar una vida nueva. La caballería constituye primordialmente un llamado a ser “otro”, una transformación interior, un revestirse del hombre nuevo al despojarse del hombre viejo. Significativamente, la gran aventura de la verdadera caballería andante es ontológica. Algunos estudiosos creyeron encontrar antecedentes mitológicos en Grecia para explicar el origen del caballero medieval, cuando a todas luces su génesis se encuentra en la epístola de San Pablo a los efesios, donde describe con claridad las características básicas del ideal caballeresco. Suele confundirse al guerrero valeroso de otras épocas y culturas con el caballero andante debido a ciertas semejanzas, aunque blandir una espada y montar a caballo no hacen de un hombre un caballero. Tal simplificación delata una crasa ignorancia sobre el espíritu caballeresco. En el marco de una sociedad tradicional el guerrero ostenta siempre los atributos de dignidad, honor, disciplina, valentía y respeto inherentes a su misma condición, lo cual no significa que todo guerrero sea un caballero ni mucho menos un caballero andante. Las órdenes caballerescas fueron fundadas durante la segunda mitad del siglo XII y jugaron un papel capital en la lucha contra la expansión musulmana. Con cierto predominio del aspecto militar, no prescindían de su carácter religioso e incluso cercano al misticismo y, en algunos casos, marcadamente iniciático. Los monjes-caballeros hacían votos de pobreza, castidad y obediencia, además del juramento debido al maestre de su orden y la fidelidad a la Iglesia. Concluidas las cruzadas, las órdenes monástico-militares fueron perdiendo su espíritu original para desaparecer gradualmente o adoptar otras características, ya muy alejadas del esplendor y la combatividad de los tiempos medievales. Actualmente ya reviste magnitudes de moda (o epidemia) la publicación de libros sobre la Orden del Temple, suprimida en 1312 por el papa a instancias de Felipe IV El hermoso, llenos de toda clase de especulaciones que atribuyen a los caballeros templarios la posesión de maravillosos conocimientos y la facultad de realizar cuantos prodigios quepa imaginar. Al fin de la Edad Media y, sobre todo, a lo largo de los tres siglos siguientes, hubo tal deformación del ideal caballeresco, caricaturizado en las cortes y vulgarizado por las novelas, que, un mal día, desapareció. De ahí la trágica grandeza del Quijote, cuya ridícula y “triste figura” sirvió al genio de Cervantes para decirle al mundo cuán lejos están sus valores de aquella inmortal caballería andante. La persistencia de ese ideal hasta nuestros días, incluso por vía de negación, pone de manifiesto el abismo espiritual que separa al mundo moderno de aquel lejano medioevo, condenado como bárbaro y oscurantista, pero, en realidad, no más que cualquier otra época. Aún predomina el juicio erróneo de la Edad Media como una época de superstición, intolerancia y crueldad. La caballería andante propone desarrollar la vida espiritual como todo un caballero, buscando vivir una iniciación con sencillez, humildad y equilibrio, pero siempre teniendo a la valentía, la tenacidad y la perseverancia como verdaderos ideales. Puede ser que el caballero se canse de luchar, pero, sin perder la fe, a lo largo de este camino adquirirá fuerza interior para vencer todo lo inferior. Puede convertir los símbolos negativos que se le presentan en el plano físico en símbolos de renovación vital y de renacimiento interior, como el cambio de la enfermedad a la salud, del odio al amor, del desasimiento a la solidaridad, del rencor al perdón, de la tristeza a la alegría, de la sequedad a la fertilidad y de la ignorancia a la sabiduría. Todo está en vencer al maligno penetrando en las profundidades del ser en busca del verdadero amor y la armonía, manteniendo la fe, la fuerza y el valor como armas necesarias para enfrentar este mundo de tinieblas y defender la luz. Gilbert K. Chesterton afirma en uno de sus ensayos que el mayor elogio para un hombre es llamarlo caballe- 5 ro, en el entendido de que la caballerosidad denota la más alta nobleza, no en razón de blasones heredados sino de virtudes manifiestas o, por así decirlo, de una “elegancia espiritual” que no puede fingirse, pues cuanto más quiere hacerse gala de ella, más patente es su ausencia. Caballero andante Considerando al caballero como un jinete, es el hombre que simboliza el espíritu para guiar al cuerpo (su caballo). Es el dominador, el logos, el espíritu que prevalece sobre la cabalgadura (la materia) después de un largo aprendizaje. Si bien suele representarse como un modelo de hombre por haber alcanzado que prevalezca lo espiritual por encima de los instintos, el caballero andante es un hombre extraordinario que, además, vaga por el mundo en solitario y lucha contra personas y monstruos, en tierras llanas o pedregosas. Tal búsqueda representa el viaje del alma a lo largo del mundo lleno de tentaciones, obstáculos y pruebas. Su sentido de justicia y sus constantes combates son siempre contra el mal, los opresores, los traidores, los ladrones, los déspotas o los infieles. Así pues, la caballería andante aparece como una pedagogía superior, orientada a la transfiguración del hombre material (descabalgado) en hombre espiritual. La caballería andante resume un acuerdo de lealtad absoluta a las creencias y compromisos a los cuales los caballeros se sometían. Más aún, el carácter recto y el desarrollo hacia la perfección los llevó a respetar el código moral que simbolizaba una realidad metafísica, entendida de la siguiente manera: “Combatir por la justicia, por la religión, por la defensa de los débiles y de las mujeres”. Este razonamiento encarna en el caballero al hombre feudal organizado según el modelo de las jerarquías celestes, desde el barón al rey. Específicamente, ya identificado el caballero, este hombre es el señor de su montura y de su propio ser, es el servidor del rey y el devoto de su dama. Pero, ¿cómo puede saberse, con certeza, que alguien ha logrado alcanzar la condición de caballero andante? En realidad se trata de una experiencia incomunicable, realizada en lo más íntimo del alma. En casos excepcionales se presentan indicios, señales o manifestaciones que hacen suponer la veracidad de tal experiencia, aunque en última instancia sólo queda el testimonio avalado o desmentido por sus obras, su conducta, su vida. El caballero andante encarna el ideal del honor en el campo de batalla en cuanto a su jerarquía, su demostración de carácter, su conocimiento y su destreza, así como por su caballo, su indumentaria y sus armas. Sin embargo, cuando este hombre deja atrás estos ideales y se convierte en un jinete errante, se transforma en un cazador maldito, un hombre brutal, sensual, grosero e impaciente. Actúa de manera perversa y malévola conforme a sus intereses personales y a sus actos inmorales, sin excluir que su conducta lo hace deambular por los bosques sin orden y con violencia y, al ocultar sus verdaderas intenciones, representa la corrupción, la degradación, la felonía, la disminución del ser; en consecuencia, este tipo de hombre representa un estado de penitencia (similar al caballero negro) y sus equivocaciones lo hacen obrar en el error y en la pena. Por el contrario, el caballero andante (hombre que “anda”) en su afán de búsqueda espiritual logra una evolu- 6 ción que va de las tinieblas a la luz, siempre está en marcha y emprende una serie de aventuras que conducen a un cambio interior. Su ecuanimidad lo hacer fortalecer su cuerpo pero a la vez, sobre todo, educar su alma; su sentimiento (moral) y su intelecto (razón) le permiten un dominio y dirección adecuados del mundo real y una participación perfecta en las jerarquías del universo. Este peregrinaje implica vencer cualquier mal, rectificar el camino, aceptar los errores cometidos y despojarse de las miserias que encarcelan al propio ser. Nada fácil, cuando el camino va acompañado de las tentaciones, los vicios y las flaquezas de la carne o cuando el progreso engendrado por las colectividades humanas representa la creación de diferentes seres artificiales y la esclavitud hacia ellos. Por ello se dice que los deseos perversos o contrarios a la naturaleza, seguidos de la imaginación correspondiente, significa encontrarse en el camino con el demonio, un ente autónomo capaz de entrometerse en las intenciones de las personas y en posesión de una vida mental propia. ¿Y cómo se llega a ser un caballero andante? Cuando se adoptan los ideales de la caballería como un modo de vida, cuando se tiene un corazón tierno y valeroso para luchar contra todas las fuerzas del mal que parecen violar las exigencias interiores. A causa de ello, el amor se vive como un combate y la guerra como un amor, puesto que a uno y otro se le sacrifica hasta la muerte. Claramente entendido, el hombre que se inscribe en un complejo de combate y en una intención de espiritualizar el combate se vuelve más espiritual, deja de ser un “hombre viejo” para revestirse con la armadura del hombre nuevo. Así como el verdadero caballero es el hombre que se distingue por su carácter moralmente muy elevado, también cuando va busca del Santo Grial o cuando defiende su territorio, sus tesoros y sus ideales va acompañado siempre de su propio caballo. Caballo El caballo es el medio del que se vale el caballero para llegar a determinado lugar. El caballo como símbolo de la fuerza expansiva, de la vitalidad o de la energía elemental de los instintos no es un animal como otro cualquiera, es la montura por excelencia, el vehículo que permite al caballero andante desplazarse y alcanzar metas que por sí solo difícilmente lograría. Reflexionando sobre la realidad cósmica que representa este símbolo, vislumbramos una doble naturaleza en él: por una parte, la lunar; por otra, la solar, o sea, es agua y fuego al mismo tiempo. Al asociarlo con el elemento pasivo, el caballo significa la tierra, las aguas, la sexualidad, el sueño, la adivinación; por el contrario, al relacionarlo con el elemento activo representa la majestuosidad, la belleza, la divinidad. Así el caballo, a menudo presentado como símbolo de fuerza, potencia creadora y juventud, participa de los dos planos: el ctónico (tierra) y el uránico (cielo). Ciertamente, su simbolismo se extiende a los dos polos –alto y bajo– del cosmos, por ello el caballo es realmente universal. En el mundo de abajo (terrestre) aparece como un “avatar” y en el mundo de arriba (celeste) contribuye a Dos símbolos caballerescos 7 la búsqueda del conocimiento y la inmortalidad. En este perpetuo ir y venir, las hazañas del caballero con su caballo muestran la historia maravillosa de los caminos secretos que tanto el héroe como la bestia han de recorrer. Por su carácter dual, este animal figura en las leyendas como un arquetipo y con acepciones simbólicas tan importantes que no puede haber caballero sin caballo, el vehículo que lo ayuda en su búsqueda espiritual. Así pues, el caballo es la montura, el navío, y además su destino es inseparable del hombre. El caballo encuentra el camino de vuelta a casa en la oscuridad y a muchos kilómetros de distancia sobre terrenos desconocidos y difíciles. Representa los instintos y hábitos más primarios que deberá controlar para poder alcanzar sus objetivos, pero también es aquel que responde al tono de voz del jinete y a ciertas palabras con suma precisión, recordando a personas y experiencias durante años. Considerado como un animal muy complejo y, hasta cierto punto, sobrenatural, llega al mundo del caballero para cumplir su función de guía que, en ocasiones, le representa una prueba que deberá superar. En los relatos caballerescos es común que los caballos tengan la función de prevenir a su amo, de modo que si el jinete se equivocaba de senda era el corcel quien lo hacía regresar al camino correcto. Más aún, en plena noche, cuando el caballero está ciego, el caballo se torna vidente y guía, es quien manda, pues sólo él puede rebasar las puertas del misterio inaccesible a la razón. En este sentido, el caballo es un ser capaz de dirigir el destino y la vida del hombre con fuerza, resistencia y determinación. Si subestima el entendimiento que tiene el caballo sobre una situación, es porque la percepción del animal sobrepasa a la del jinete. El caballo puede detectar estímulos mucho más sutiles que cualquier ser humano, como sonidos, olores o aquello que el ojo humano no es capaz de ver, pero también puede percibir la propia hostilidad o agresión del jinete, que le desencadenará una reacción de escape. Sus cualidades indican dinamismo y rapidez. Sólo quien reconoce su conducta nerviosa y su fuerza impulsiva que despierta lo imaginario, aceptará que el caballo no sólo tiene rapidez de pensamiento, sino que también representa la fugacidad de la vida. Por su ligereza, no sólo tiene la habilidad de avanzar o retroceder sin esfuerzo alguno; también supera pruebas de velocidad y de obstáculos. Siendo un animal rápido, al emprender una carrera su agilidad mental aparece de inmediato cuando logra mediante su naturaleza instintiva vencer los obstáculos y prevenir los peligros que se le presentan en el camino, evitando así caer en desgracia junto con el jinete. Significativamente, entre ambos interviene una dialéctica particular, fuente de paz o conflicto que se traduce así: cuando existe un conflicto entre él y el jinete, la carrera puede conducir a la locura y a la muerte, pero cuando hay acuerdo entre ellos, aquélla se hace triunfal. El caballo muestra otro simbolismo desde la perspectiva del color. En el caso del caballo blanco, representa a la bestia solar, la fuerza bruta domeñada por la razón; al mismo tiempo significa la alegría, el triunfo y la victoria; es símbolo de majestad y suele ser montado por quien es llamado Fiel y Verdadero, es decir, Cristo. Es también el emblema de San Jorge, quien montado en él lucha contra el dragón. El negro es símbolo del demonio y de las tinieblas, del poder infernal, de la tiranía incontrolada de los instintos, del luto o la devastación, mientras que el caballo rojo representa la guerra y la sangre. 8 Por su misma naturaleza, los caballos son protagonistas de ciertas leyendas medievales con tal relevancia que aparecen con nombres propios, tan importantes como los del propio jinete. En cambio, la imagen misma del caballero y el caballo es para otros un cuerpo único. Para Ananda Coomaraswamy “el caballo es el símbolo del vehículo corporal y el caballero es el espíritu; cuando alguien llega al término de su evolución, la silla queda desocupada y la montura muere necesariamente”. Raimundo Lulio (Libro de la orden de caballería) afirma que el lazo de unión entre el caballero y el caballo no es otra cosa que la imagen del matrimonio entre el cuerpo y el espíritu, descubierta por mediación de los atributos instrumentales de su cabalgadura. LECTURA ORACULAR Bajo la guía del simbolismo de la Tradición, el Oráculo de las Tres Vías abre tres caminos para realizar un viaje espiritual mediante la interpretación de 75 símbolos correlacionando la iconografía sagrada medieval inspirada en las tres grandes vías de iniciación: la caballería, la alquimia y la santa realeza mágica, correspondientes a las tres dimensiones del ser: cuerpo, alma y espíritu. La caballería andante (cuerpo) corresponde al plano de la vida cotidiana, donde el caballero (uno mismo) afronta toda clase de dificultades en la búsqueda de algún objeto o hecho de gran valor para él. En esta aventura el caballero puede olvidar el verdadero propósito del viaje emprendido o ser detenido por el mal, tal como acontece cada día en el transcurso de nuestra existencia, pero siempre podrá reanudar la marcha en la dirección correcta si aspira a la trascendencia espiritual. Los métodos de consulta del Oráculo permiten interpretar distintos arquetipos combinando razón e intuición, memoria e imaginación, estudio e inspiración. Este trabajo interpretativo es una experiencia íntima personal que conduce a la búsqueda interior más que al trabajo científico, tiene una finalidad metafísica antes que analítica. El método de lectura constituye una herramienta para establecer la interlocución entre el consultante y los símbolos. Este oráculo presenta siete métodos, basados en una estructura simbólica y en reglas que rigen el arte de interpretar los mensajes, y es importante evitar que se conviertan en fórmulas vacías o supersticiosas. La práctica constante es lo que abre el acceso al mundo simbólico. V Caballero andante Derecha: Persona honesta, incorruptible, auténtica; lealtad absoluta, conducta moral, actitud sincera. Defensor de la justicia. Persona educada y de buenos modales. Invertida: Persona corrupta, malévola, perversa, actitud inmoral, deslealtad. Cometer una injusticia, felonía, sujeto que abusa de los demás, actuar con impunidad, actitud vergonzosa. Hombre ordinario, vulgar o brutal, actitud primitiva, sujeto feroz, mal educado, pendenciero, misógino. VI Caballo Derecha: Llevar el control de la situación, vehículo, medio de transporte. Avanzar rápido, paso veloz, situación que requiere ser apresurada, aceleramiento voluntario. Energía física, dinamismo, nerviosismo. Invertida: Retroceder a tiempo, escaparse. Aquel que va despacio o lento, ir paso a paso, tomar las cosas con calma. Alguien o algo que arrastra a un mal. En su correlación astrológica para el caballo tenemos: palabra clave: Yo Soy, signo zodiacal: Aries. Rasgos positivos (derecha): persona valiente, espíritu aventurero e iniciador, emprendedor, enérgico, directo en su trato. Odia las restricciones y ama la libertad. Rasgos negativos (invertida): egoísta, impulsivo, agresivo, brusco, tendencia a ponerse en primer lugar, satírico, vivo de genio. Impaciente y lo quiere todo ya.

Del Bucador y sus caminos de marzo

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